Morir joven,
dejar
un bonito cadáver.
-lo confieso-
nunca ha sido mi opción.
Tampoco eternizarme, contemplando
la ruina de mi piel,
los cataclismos
de mi espacio vital ,
el desmoronamiento
de mi mundo interior.
Se impone la prudencia
también en este tramo del camino
para medir los débitos y haberes
que hay tras cada paso
y tener la templanza
para seguir mirando hacia adelante
sin más temor que el justo.
Saber cuántas esquirlas
puedes aún arrebatarle al aire
antes que respirar ya no compense.
Y, a tu pesar,
elegir la salida menos mala,
esa última opción
de una bien entendida cobardía.
Solo le pido al cielo
que el valor no me falte.
Y, en medio de mi noche más oscura,
ser capaz de mirar aún hacia lo alto
en busca de mi estrella favorita.
Que tras de sus enigmas temblorosos
sueñen que van mis ojos cuando estén
a punto de opacarse.
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