Semejante al ligero parpadeo
que a un mago le basta para hacer
un truco con sus manos y cambiarte
velozmente las cartas,
la vida se nos fue.
Fugaz como la estrella
que ilumina un instante el negror de la noche
y luego se disuelve,
como una exhalación, como una ráfaga
de claridad providencial que toca
agradecerle al cielo.
Porque a pesar de todo
cada minuto ardió.
Cada segundo fue
la prueba irrefutable de milagro
y la constatación de que vale la pena
el abusivo precio que te exige
en fatigas y lágrimas.
Poco importa
si fue la viva imagen de lo efímero,
apenas un suspiro estrangulado
que ni llegaba a perturbar el aire.
Sobre la piel del alma
supo dejar su huella grabada a sangre y fuego.
Solo eso nos libra
de sentirnos tan ruinmente vacíos
al regresar al reino perpetuo de la nada.
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