Ahora, que se ciernen
sobre mí los colores
sangrientos del crepúsculo,
que sus sombras me cercan como cuervos hambrientos
y ya no tengo el ánimo para inventar canciones
con las que dispersarlos,
ahora, solo ahora,
es cuando al fin comprendo
el tiempo que he perdido,
pretendiendo imposibles,
fabulando entelequias,
persiguiendo señuelos de color arcoíris
por celajes ajenos.
Lo sé,
ya no se puede
reescribir el pasado
y para nada sirven los lamentos.
Incluso procurar que el sabor corrosivo
que mascar la derrota va dejando en tus labios
no te acabe agostando la sonrisa,
a base de silbar blues melancólicos
y de beber cazalla,
se queda únicamente en un intento.
Menos mal que, a ratos, aún me llega a mí
para abordar sin culpa ni vergüenza
esta especie de extraño
desvarío poético.
En mitad de mi noche solitaria,
afilando a conciencia un destello de Luna
sobre los pedernales de un cuero encallecido,
el alma sensitiva
horado
y, gota a gota,
dejo manar mis versos.
No diré que no duele...
pero siento en sus letras palpitantes
que sigo estando viva.
Y que aunque sea triste
y deprimente
y mísero...
esta sangría es mi único consuelo.
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