No importa si Febrero
llega pródigo en nieves
o un aire tibio invita a que se abran
las flores del almendro.
Furiosamente arrítmico,
este reloj interno de siempre anda empeñado
en conjugarse con el impulso absurdo
de sus presentimientos,
de sus afanes...
De sus emociones.
Y ahora ya no sabe
si debe palpitar
como manda Diciembre
o toca enardecerse y arder para alumbrar
quimeras agosteñas.
O si es mejor hacer
lo que dicta su instinto,
dejar que sean los pájaros los que sigan cantando
las delicias del día
y el viento el que se encargue de pregonar la furia
que anida en las tormentas.
Si es el momento justo
de dejar de hacer caso de sus corazonadas
y encontrar el reposo
Si, llegada su hora,
le toca ya callarse.
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