Caminar por la calle con los pasos cansados
del que ya he recorrido su camino en la vida,
posando sobre el mundo la mirada perdida
y carente de brillo de los desengañados.
Comprobar que usa lentes de cristales ahumados
el olvido y, si encuentra la cara conocida,
no recuerda quién era ni cómo se apellida
ese gesto que emerge de los años pasados.
Sentarse en algún banco, calcular cuánto queda
para llegar adonde termina la alameda
y si tendrá su cuerpo la fuerza suficiente.
Tragarse la congoja que oprime su la garganta
y le nubla los ojos cuando un pájaro canta
y alrededor florece un mayo impenitente.
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