Quién
tuviera la voz de porcelana
capaz
de regalarle al terciopelo
cuajado
de diamantes que es el cielo
acentos
de fulgor y filigrana.
Pero
tengo una simple voz humana,
que
después de una noche de desvelo
se
vierte con rumor de desconsuelo
sobre
el frío humedal de la mañana.
Una voz
alunada, que se atreve
a
cantarle a algún dios imaginario,
pidiéndole
que escampe cuando llueve.
Una voz
sin alardes , que lo justo
me
sirve para hacer lo necesario:
hablarle
a aquel que sé que oirá con gusto.
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