y nadie lo diría...
Parece que se entrega
con gusto al jugeteo de la caricia leve
que la brisa otoñal
-no importa si es Abril-
le regala en la hora enfebrecida
de un cuaresmal crepúsculo que a grises rememora
algún Noviembre austero.
Encendida de gozo y de rubores
como una quinceañera,
disimula
el largo escalofrío.
Sabe que ya le toca
volar,
tomarle al aire
su dimensión exacta,
para esto
ha pasado, puliendo sus colores
las últimas semanas ,
deseando
y temiendo a la vez
el tener que afrontar este último envite
que le hace el destino.
Y se estremece.
Sabe
que está bailando el vals que da fin al festejo
al borde del abismo
y que solo le queda
lamentarse
o gozar.
Esa es la elección...
Languidecer,
cayendo
de temor en temor,
o ensimismarse
en la delectación de disfrutar
del vuelo mientras dure.
Siempre le quedará
allá abajo,
expectante,
esperando por ella para darle cobijo,
pacientemente,
el suelo.
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