Contemplo esa vasija
que descansa tranquila en su anaquel,
desconociendo
cualquier vicisitud,
ajena al modo
en que lo vivo se estremece y vibra.
Ella y yo compartimos
el conocer a fondo la sustancia del barro,
pero a ella le basta
con ser una oquedad en la que el aire
se ensancha a su placer
y permitirse el lujo
de dejar que conquisten la noche sus suspiros
convertidos en música,
mientras en mí se vuelve
una ardiente tortura,
un afán para el pecho que soporta
ya demasiados siglos de acopiar
congojas en silencio.
Callar se ha convertido
en el modo de ser de lo que teme
desvelar los secretos que atesora
y carcomen su entraña.
Porque yo sé
que desventrarse a gritos
o exprimir el lagar de la alegría
imitando a los pájaros,
no agota el manantial de las penurias
que te rubrica humano .
Solo ahonda la herida.
Es devolver al polvo
un puñado de huesos doloridos
lo único que amansa los desvelos
del alma desterrada.
Y la libera
del peso y los pesares de la arcilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario