Estos son unos tiempos
en los que tienta al lúcido
arrancarse lo ojos.
Duele tanto mirar brillos de alpaca
y adivinar las sombras
que hay tras las sonrisas pintadas en que se escudan
las máscaras del baile...
Lo intento,
os juro que lo intento,
anestesiarme a base de ceñirme
a las viejas liturgias.
Pero ya no le cabe
más folclor de rituales falsamente festivos
a este pecho que siente
cómo escasea el aire debajo de la carga
de piedra de molino y de estupor
que causa la congoja.
El no poder tragarme
más mi propio autoengaño
es mi mayor angustia.
Soy un pozo de náuseas.
A solas y en silencio,
en versos que me dejan los labios estragados
de infinita amargura,
me vomito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario