Mirar al infinito
entornando los párpados
y dejarse llevar por el “dolce far niente”.
Disfrutar de esa luz la mañana
que acaricia y sosiega.
Columpiarse
al ritmo de la brisa.
Y soñar que aún no estás madura
para caer.
Vivir
con el misma inconsciencia descuidada
de la hoja en el árbol.
Ignorando a conciencia
si es verano u otoño,
desoyendo
ese susurro turbador del humus
que emerge de la tierra.
Absorta únicamente en respirar
la tibieza afrutada y deliciosa
que te regala un aire transparente.
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