Nadie sabe que existo. Ni siquiera
la paloma torcaz, que su alimento
de mi mano comió y hoy, volandera,
le muestra al aire su agradecimiento.
Las nomeolvides de la primavera
no florecen por mí, ni sopla un viento
propicio a que flamee la bandera
de mi sonrisa sin comedimiento.
Qué venganza salobre,
aguasal sobre tierra maltratada,
es tentación de hacerse hoy mi llanto.
Pero por más que sobre
razón para lloverme, que anegada
muera la indiferencia ante mi canto.
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