Aprendes,
muy poco a poco,
aprendes
el verdadero nombre
y el valor de las cosas.
Que el triunfo no es lo mismo
que el éxito y se puede
levitar en tus ínsulas, al tiempo que te sientes
perdido y miserable,
o ser el feliz náufrago
que nada debe a nadie, pues forjando renuncias
ha construido su isla.
Aprendes,
a golpes,
pero aprendes
a escuchar los instintos más selváticos
que bullen en tu sangre
que te guían sin mapa en mitad de la noche,
o te enseñan el modo
de surfear tsunamis en un vaso de agua
que en silencio se gestan
en tus ciénagas íntimas.
Llegaremos,
con un poco de suerte,
llegaremos
a hacernos la pregunta trascendental, la única,
esa que por temor y por prudencia
no traspasa los labios.
Tampoco es primordial,
si no tiene respuesta, si ,a base de ser obvia,
apenas ni dolor vital nos causa,
olvidemos su espina.
Aprendemos,
tarde,
pero aprendemos
cómo domesticar los oleajes
de nuestras emociones
y a navegar en calma, buscando nuestro norte
en la Estrella Polar incombustible
de antiguas entelequias redivivas.
Que todo lo que importa
es saber disfrutar la travesía.
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