Toca echarse a vivir cada mañana
con el primer albor, aunque los ojos
se resistan a abrirse y a seguir
acumulando hastío y decepciones.
Dar un paso tras otro y resignarse
a caminar sobre el asfalto duro
arrastrando un pasado que se añora
y el temor de un futuro impredecible.
Felices las hormigas, que desfilan
por las veredas en que la hierba abunda
en busca de su pan, desconociendo
si hay algún pie que las acecha en alto.
Que en la noche no miran las estrellas,
soñando que su luz les pertenece.
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