Ya ni ganas de huir
-ni ¿ a dónde ? -
te quedan en el cuerpo derrotado.
Contra este tiempo de languidez anémica,
¿ quién puede rebelarse?
¿Y qué podría hacerse
si en estas horas de tribulaciones
y de densas penumbras
se adueñan del espacio los fruitivos
acordes del silencio
y se alambican
los cálices del aire?
Lentamente
se derrumban las últimas trincheras
del apercibimiento
mientras inunda todos los rincones
un vaporoso y trapacero aroma
a flores secas, a penetrante sándalo,
a coyuntura mística,
a intemporalidad.
Y quién le cuenta al alma encandilada
que la beatitud que sobrevuela
sobre el instante ardiente
es solo un espejismo.
No queda otra salida que embriagarse
con este don de lúdico candor
que hoy se nos regala.
Que dejarse fluir abismo adentro
e irse acostumbrando a divagar
sobre lo inevitable de las pérdidas.
Y a saber que las lágrimas
nunca saldan las deudas con el diablo.
Ni apagan nuestra inútil
sed secular de dicha y redención.
Tan solo por un rato,
si es que hay suerte,
la amansan.
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