Nunca
la saciedad,
nunca
la grata
plenitud
de sentir de que a este día
que
está por acabar
hemos
sido capaces de arrancarle
sus
arpegios más lúdicos,
sus
destellos más tersos
y más
resplandecientes,
su risa
más vibrante.
Siempre
toca dudar
en esa
hora en que la luz claudica
si su
ubre de miel
se ha
exprimido bastante.
No
basta con beberse
sorbo a
sorbo
el agua
dulce y virgen
de
todos los glaciales,
para
saciar la sed que no vive en lo labios,
ni se
calman las ansias de comerse este mundo ,
con
todas sus miserias
y todos
sus prodigios,
por
devorar sus panes .
Cuánto
más saboreas
su
placer, sazonado
de
dolor infinito,
más te
crecen las ganas.
Nunca
es suficiente
el
favor que te hace
cuando
te presta el aire y se aviene a la prórroga
-así
sea el próximo segundo-
del
gozo inenarrable de seguir respirando .
Porque
el tiempo consigue
hacer
que se acreciente tu deseo
y su
incapacidad para saciarlo.
Y en el
último instante
sé que
aún quedará , palpitando en mi boca
tanta
hambre de vida.
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