sábado, 3 de octubre de 2020

Memoria de Ítaca


 

Conservo todavía
un recuerdo, tan tenue,
que a veces no consigo distinguirlo
de uno de esos sueños
con que quiere la noche
confundirnos, dejarnos desvelados
colgados de un enigma
y afianzarnos suyos.

La imagen de un lugar
en donde el cielo es siempre azul turquesa
y el aire es suave y tibio,
dónde las horas pasan aromando tu vida
de armonía verdor .

Donde el dolor no es nunca
esa coraza de espinas hacia adentro,
en dónde, por inútiles
los pañuelos no existen
y todas las mañanas
amanece en Abril.

Cada paso es un paso tras sus huellas
imposibles,
estrellas movedizas
sembradas al albur sobre una inmensidad
que no tiene horizonte.

Rehén del oleaje,
juguete de los vientos,
de cuando en cuando recalo en las arenas ,
como una concha más,
y me entretengo
-estratagema hábil del cansancio.-
más que en contarlas en aprender sus nombres

Vuelvo después,
desoyendo los cantos sensatos de la tierra
que apetece mi cuerpo,
a dejarme a arrastrar a tenebrosos
submundos de medusas y sirenas
y a poner rumbo a casa,
retomando este viaje
-quién diría
que no tuviese prisa en regresar...-
que está tomando trazas de resultar eterno.

Ahora ya no sé
si debo aventurarme
a ir sobreviviendo de naufragio en naufragio,
reanudando el camino que me lleve hasta Ítaca,
o renunciar a perseguir mi sueño.


Quién puede asegurar
  que  mi hermosa y añorada isla
no es solo un espejismo
en mitad del océano ...

Si no será mejor abandonarme
y quedarme dormida de nuevo entre los brazos
de Polifemo.


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