Cómo acaricia el Sol
que nos regala generosamente
la mañana Otoño.
Lo agradecen los huesos doloridos
y la piel lo celebra
Lo mismo que una gata perezosa,
adoro abandonarme
a la tibieza afable que me envuelve
y me recuerda con su suave unción
la hospitalidad de una sonrisa
y el tacto de unas manos.
Cuando el día se acorta,
se hace mucho más imprescindible
saber aprovechar estos mínimos dones
que edulcoran la vida.
Hay que exprimir sus zumos
dorados mientras duren.
Y elaborar con ellos recuerdos anisados
que calienten por dentro .
Placebos del ardor que reconforten
los desfallecimientos del espíritu,
cuando no quede ya ni un mísero rescoldo
de ilusión y esperanza que lo animen
y se vaya apagando
lentamente su lumbre.
Las noches del Invierno que se acerca
por lo común son frías .
Y muy largas.
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