Creer en imposibles
es ganas de apostarse
la fe, escasa siempre, contra nada.
Por mucho que nos cuenten
las montañas no vienen a nosotros,
y aunque el mal,
- y sus frutos-
sí que pueden durar más de cien años,
el amor no es eterno.
Todo cambia,
lo vivo
huele a caducidad,
tenazmente,
detrás de cada esquina nos asaltan,
las rutas al otoño,
tras las estelas de las golondrinas
se va la primavera,
y sus rosas, por mucho que las mimes,
terminan deshojadas.
Es mejor dedicarse a cultivar
el jardín del olvido,
donde solo el aroma
a la felicidad de un tiempo pasado
permanece y conforta.
Llevar una existencia
plácida y descuidada,
apurando los dones del presente .
Vivir para cantar ,
como los pájaros.
Y para disfrutar,
como los seres simples
que gozan y celebran lo sencillo,
esos últimos rayos
de Sol sobre la tapia.
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