Quién pudiera volver, aunque fuese en un sueño
hasta el mundo de ayer, en el que aún podía
degustar ese fruto fugaz de la alegría
que solo está a tu alcance cuando eres pequeño.
Acaso es que no puse el suficiente empeño
en levantar un muro donde su lozanía
se mantuviese a salvo de la cortante y fría
vaharada que trae tanto viento norteño.
Porque la vida pasa y no encuentras manera
de engañar al infierno para hacer con su alianza
que ubérrima y eterna sea la primavera.
Nos quedan los recuerdos, el dulce lenitivo
capaz de hacer que vaya granando la añoranza,
que es en los otoños el fruto compasivo.
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