Desde la lejanía
se ve todo más claro.
Se van difuminando los perfiles
seguros y afilados de las cosas
y pierde su atractivo la belleza
que brota o se marchita
al obligado ritmo estacional
o al más aleatorio
que marca su adeene.
Hasta que solamente importa aquello
que decide entrar a formar parte
de tu mundo tangible, sensitivo
que invoca cercanía,
que en los ojos
te clava su mirada,
que tu instinto
presiente imprescindible.
Y solo se ve al hombre.
Al hombre y su perfil más entrañable,
allí dónde al desnudo manifiesta
el rostro verdadero
de su fragilidad.
Aquel al que te acerca sin tapujos
tu propia desnudez.
Aquel que te seduce.
Y te hace descubrirte
vulnerable y expuesto.
Herido.
Y tan humano.
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