Ya no
encuentro placer en la palabra.
La ácida o la dulce, da lo mismo,
todas
brotan con tanto conformismo
que
hacen que la boca me desabra.
Siempre
quise saber la que escalabra
las
conciencias y vuelve un sinapismo
sobre
ellas al aire, hasta que labra
su
leyenda de santo malditismo.
La que
al tiempo seduce a un violonchelo
y lo
hace sonar como un sollozo
de amor
sobre la noche confidente.
Pero de
nunca se cumplió mi anhelo
Mejor
guardar mi voz tras el embozo
discreto
y bienhechor de lo silente.
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