Fue una
tarde de Mayo a la orilla de un río
salpicada
de álamos , bajo cuya sombría
protección
nos dejamos llevar por la ardentía.
y el
puro desvarío.
Quedaban
todavía
sobre
el tapiz de hierba los restos del rocío
de la
mañana fresca y el leve escalofrío
que
obsequiaba a las pieles hasta se agradecía.
Vincas
de la ribera
y
margaritas blancas supieron como el peso
de dos
cuerpos amantes puede ser de liviano.
Sabor a primavera
celestial
en los labios se nos volvió aquel beso
primerizo
que ,urgente, prologaba el verano .
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