Hubo un
tiempo benévolo
en el
que aún surcaban los cielos los augurios
previstos
en los libros
y la
lluvia,
más
allá de tersar los tulipanes
y
limpiarnos los pies de mil cansancios,
nos
dejaba el regalo y la sorpresa
de un
esplendor inédito en los ojos.
Hubo un
tiempo bendito
de
estaciones solares y eclipses previsibles
en el
que se podía fácilmente
amar
la vida sin ningún recelo,
dejarse
violentar por un futuro
que se
antoja tan nítido que deja
concebir
un atisbo esperanza.
Hoy las
nubes parecen
veleros
navegando a la deriva
y las
garzas se estresan intentando
recordar
el fulgor en que reside
el
rumbo dibujado sobre el aliento dulce
de las
adormideras
capaz
de conducirlas sin tropiezos
hasta
el redil del Sur
¿En
qué lucero se quedó dormido
el plus
de claridad que nos redime
del
espesor larvado de las horas
que
gravita en los párpados?
¿A
dónde hay que mirar para agenciarse
un
ramillete de alucinaciones?
Flota
en el aire, pálido, el acorde
del ave
del ocaso.
Hubo un
tiempo...
Y
ahora...
Apenas
si hay ya tiempo para nada.
Aunque aún consigo que me alcance
para
rememorar agradecida
la
tarde clara en que gocé aquel beso.
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