Acaricio
la hierba con la mano
y
me lavo los pies con el rocío;
el
cáliz de los lirios no profano
aunque
pruebe su néctar dulce y frío.
Me
peina el viento suavemente el pelo,
me
alegra el grillo con su serenata,
me
arropa con cuidado el mismo cielo
con
su chal negro de satén y plata.
Me
cuenta un cuento la vetusta hiedra,
la
misma historia que con voz silente
más
de mil veces le contó la piedra.
El
sueño sobre mí su cerco cierra
y
me duermo tranquila y dulcemente
entre
los brazos de mi Madre Tierra
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