Ojalá que este invierno
camine a paso largo
y no se empeñe
en tatuarnos recuerdos abrasivos
sobre la carne inerme, y ya marchita,
con su aliento de escarcha.
Por más que ya no sea
Marzo el mes en que siembran torbellinos
de verdor en la sangre los aromas,
ni Abril el deflagrar
vibrante del deseo,
ojalá que un millón de golondrinas
anuncien en sus cielos, rebosantes de azules,
un pródigo verano.
Que por San Juan se quemen
todos los malos farios en su hoguera
y que en Agosto hagamos nuestro agosto
de nuevas esperanzas.
Y aunque de nunca ha sido
el Otoño ese tiempo milagrero
en que la savia vieja despierta y reverdece,
ojalá que regresen este año en Octubre,
por sorpresa otra vez las golondrinas
al reclamo feliz de una cosecha
espléndida de besos.
Que así se cierre el círculo
y que siga rodando igual que siempre
ese ciclo solar que nos bendice.
Que en Diciembre podamos,
bien juntos y revueltos,
celebrar lo entrañable.
Ojalá que los dioses
escuchen la plegaria, que, silente,
mi corazón recita,
o yo ya no respondo...
Porque lo humano quiere del calor
del piel a piel,
migaja
de ternura magnética,
consuelo
sanador e indecible.
Y la añoranza dulce
de un abrazo me mata.
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