Con cuánta lentitud,
con qué desgana,
se deslizan los pies, que ya no tienen
horizonte ni meta que alcanzar.
Cuando siente en su carne el peregrino
cómo fueron quedándose enredados
en las zarzas de todas las veredas
jirones de sus íntimos anhelos.
Lo que hoy apetece
el cuerpo es procurarse
alguna madriguera en la que hallar abrigo
y dormir.
E hibernar...
Que hoy sean otros
los que traigan y lleven recados de la lluvia,
que espavorida huye.
Na hay oído
atento al mensajero de las malas noticias,
que no tienen remedio.
Es mejor olvidar ...
Y dejar de sentir la desazón
de esta absurda añoranza de un futuro
trivial e inexistente.
Poco importa
si ahí fuera los los cuervos anticipan
su festín de despojos,
Que,
sin prisa,
se afilen los colmillos las fauces de la noche
y avancen arrantrándose,
sin pausa,
los desiertos.
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