Si os digo la verdad
ya no sé dónde estoy,
cómo demonios arribé hasta aquí,
ni de qué lugar vengo.
Cómo accedí a ponerme de camino
vestida con mi traje de romero,
sin que nadie me diese de antemano
un croquis de este mundo
en que viniesen bien señalizadas
las trampas abundantes
de todos sus senderos.
Así ando, tan a tientas,
tan perdida,
siguiendo únicamente
-no sé si es una idea muy juiciosa-
en pos de mis anhelos.
Estoy tan fatigada
de perseguir quimeras y espejismos,
que ya solo deseo
dejar de desear...
Que les pesen los párpados
y conmigo se duerman
mis cohortes de sueños
y que nunca despierten.
Pero mucho me temo
que son
- como yo soy -
insomnes contumaces
y que debo seguir de romería,
sin gaita que la anime,
mientras me quede aliento.
Mientras aún alumbre,
allí en lo alto
la luz de aquel lucero,
solitario y hermoso, que existe solamente
para que yo lo admire cada noche
y le confíe todos mis secretos
Que ahora, al titilar,
pudiera parecer que está temblado.
Que él también recibe entre espeluznos
el mal presentimiento
de que sobre las sombras nocturnas sobrevuelan
sombras más alevosas.
Si os digo la verdad,
sería un gran alivio
no volver a tener la obligación
de atravesar inhóspitos desiertos
con mi ilusión a cuestas,
rumbo a ninguna parte.
Encontrar la quietud.
Dejar de tener miedo.
Poco importa si a cambio me toca convertirme
en festín de los cuervos.
Si de mí paso únicamente queda
sobre la senda el rastro perfumado
y apenas perceptible
-como a flores que sangran-
de un puñado de versos.
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