No hay que tener piedad,
hay que rasgar la piel
y separar los músculos,
hundiendo el estilete del verbo que lacera
sin que el pulso te tiemble .
Ahí están ,
sangrantes , como vísceras
de un animal salvaje desventrado,
granados y en sazón
todos los sentimientos
que fueron madurando a base de tragarse
tantas contradicciones
y de beberse a sorbos diminutos
el poso de amargor de aquellos buenos días
que no pudieron ser.
Toca ahora arrancarlos
como el que arranca frutos de la tierra silvestre
y, exprimiendo sus zumos repletos de dulzura,
entregarlos al ansia de la sed de los hombres
por si en ellos se sacian.
Y la pulpa que sobra, mientras aún palpita
arrojarla a los cuervos.
Si es que quedan despojos,
puesto que se quisieron
ardientes,
lo mejor
es dejarlos arder
sobre la inmensa pila funeraria
de las desilusiones.
Con letras invisibles
el humo compondrá sobre el azul
un fugaz epitafio .
Que se cumpla el destino
que llevan en la frente tatuado los poetas
que escriben por placer tristes versos anónimos,
y llegue viento un ábrego del Norte
a barrer sus cenizas.
Después cantará el gallo
y llorará por ellos, que fueron sus amantes,
mil lágrimas de luz,
compasiva,
la Luna.
antes de que amanezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario