Ahora
que habías aprendido
a
espulgarte de espinas
a
olvidar el aroma de las rosas
y a
inventarte perfumes indoloros,
que
habías conseguido dispersar
la
arena sobre el yermo
domar
los espejismos y a pintarlos
de
estaciones de niebla y desmemoria,
ahora,
que ya
sobre los labios sentías el dulzor
que
según cuenten adereza el triunfo,
la vida
aún guardaba en su recámara
una
nueva estrategia del estrago
vestida
en suavidad .
Y de
repente
te
regala la lluvia
de unas
cuantas palabras, gloria líquida
para tu
oído exahusto.
Y se
deja tentar el corazón
por su
grata textura rumorosa
a
ritmo y a verdor que magnetiza
sutilmente
al latido.
Y de
nuevo te enreda en lo posible.
Lo
improbable,
lo
hermoso...
Lo infeliz.
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