Las
flores del almendro
blancas
y diminutas,
fueron
las que aceptaron las primeras
sin
rechistar su sino.
Y yo
las vi caer,
aunque
no supe
interpretar
que a todos incumbía
aquella
decadencia.
Y no me
estremecí.
Vivía
descuidada
de
cualquier circunstancia que no fuese
sentir
dentro de mí, incontenible,
un
deflagrar vital de primavera.
Luego
fueron los pétalos
de las
rosas tempranas lo que hubieron
de
plegarse a la suerte que les cupo.
Sucio
raso marchito,
alfombraron
mis pasos mientras iba
de flor
en flor, buscando algún aroma
en el
que recalar y embelesarme
por
tantas rosaledas
Y no
tuve
ni
siquiera una lágrima extraviada
para
llorar por ellos.
Después
fueron la hojas ,
que
ayer verdes,
me
prestaron su sombra cuando deambulaba
por
frondosas veredas, persiguiendo
los
últimos destellos de un tibio Sol de Otoño ,
las que
fueron cayendo ,convertidas
en un
ocre rumor amortajado
de
amigos que se marchan para siempre .
Hoy le
pido a la Luna
que su
luz que agoniza en su cuarto menguante
le
recuerde a la savia desahuciada
y a
mi sangre caduca que existen las mareas.
Soy
otro pobre ser que sobrevive
replegado
en sí mismo.
Inventándose
fábulas
de
tierras prometidas
Recelando
del tiempo,
descontando
minutos.
Macerando
sus penas
en los
posos que guarda todavía
de paz
al corazón.
Disimulando
cómo
le va creciendo y lo devora,
arrollador,
el miedo
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