Habrá
que rebelarse,
habrá
que abandonar la conveniente
virtud
de las estatuas
de
dejarse impregnar de indiferencia
y
devolverle al frío la memoria
de que
en lo más profundo es ardedura
y carne
de temblor.
Habrá
que estremecerse
y
perturbar
los
pilares más cómodos del aire
Habrá
que permitir que la garganta
haga
suyo aquel grito lacerado
de los
ángeles necios,
que a
cambio de saber y de saberse,
de
sentir y sentirse,
eligieron
la opción de condenarse.
El
cielo , según dicen,
les
está reservado a los pacíficos
y el
reino miserable de la tierra
a los
pobres de espíritu.
La vida
,
ese
milagro,
es solo
de los lúcidos
que
aprenden a llamarla por su nombre.
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