Todo es
cuestión de armarse
de
paciencia y valor
y de atreverse
a
mirar...
Mirar
despacio el mundo
con los
ojos vacíos,
despojados
de
antiguas rendiciones.
Y
descubrir la épica que anida
en las
cosas humildes,
en los
seres sencillos
que
solo se dedican a vivir,
y a
sufrir, si es que toca,
exprimiendo
la magia del instante
y a
permitirse a veces el lúdico pecado
venial
y permisible
de
disfrutarlo a fondo y sin rubores.
Pregúntale
al jilguero por qué canta
y en
imitar su trino
encuentras
tú la excusa
perfecta
para hacerlo.
¿Acaso
la albahaca se interroga
el modo
en el que el aire
se
convierte en la fiesta del aroma encendido
cuando
ella suspira?
No sabe
la alameda
de la
belleza de sus estaciones
y eso
no le impide
desvivirse
en el ávido y sensato
impulso
arrebatado de exprimirlas.
Se
trata de atreverse
a
recordar el tiempo venturoso
en el
que aún que teníamos la intución deslumbrante
de que
saber, sabíamos,
de que
poder,podíamos
y
nuestra obligación ineludible
consiste
en imitarlos.
Y todo
lo demás son esas cosas
que a
base de llenarnos la vida sin mesura
de
nimias fruslerías
acaba
por vaciarla de sentido.
Mirar
con los
ojos dispuestos a ser pasto de asombro
y el
alma decidida a permitirlo.
Y si
no, resignarse
a buscar en un cielo improbable y lejano
un
dios a quien culpar de nuestras aflicciones.
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