Yo no creo en ningún príncipe azul,
ni tan
siquiera en un marqués de malva,
odio tener que levitar al alba
encaramada
en nubes de humo y tul.
No creo
en un batir de mariposas
amarillas, tampoco en la oportuna
y
blanca triquiñuela de la Luna
ni
creo en los paisajes siempre rosas.
Si me
ofreces amor, píntalo en gris
matizado
de luz y que elocuente
proclame lo sutil: que exhala anís
tu voz
cuando me nombras, que tu mano
exorciza
mis miedos, que clemente
tu
sonrisa hace eterno mi verano.
Que, pródigo en detalles y entrañable,
de
devoción veladamente hable.
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