Hay
silencios tan cautos,
tan
discretos,
que ni
siquiera el corazón conoce
lo que
guardan las tripas.
Hay
silencios de bruma que enmarañan
el
fluir de las horas,
que
envenenan
el
claro manantial del sentimiento,
en que
beber debieran las palabras de espuma
que
cantan al decirse.
Hay
silencios que saben
lo que
por fuerza callan, que la herida
de la
mudez no es tanta ni tan honda,
que de
irse pregonando
inevitablemente
te mataran.
Hay
silencios
que en
un desprevenido momento de infortunio
alguien
sembró en la sangre con sigilo
como un
grano pequeño de mostaza
y poco
a poco crece y se empodera
de todo
su latido más limpio y vehemente.
Que sin
descanso gestan
dentro
de sí la larva de un coágulo salino
que
acunan
al
íntimo enemigo insobornable
que por
necesidad debe parirse
cualquier
día de estos sin excusa.
Y hay silencios ahogados,
como este que ahora va creciendo en mi pecho,
que preña de resabios sordamente la rabia ,
y se vuelven amantes de luz de taquígrafos.
Que están predestinados
a nacer hechos furia,
a desdecirse
y a estallar en el aire.
!Que se haga el estruendo...!
!Y que caiga quien caiga!
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