El
sauce ya no tiende
su verdor sollozante sobre nuestras cabezas ,
las
golondrinas andan extraviadas
porque
ya no recuerdan la ruta hacia su nido,
en
el jardín la fuente
es
un silencio absorto
y
las salvias dormitan y nos niegan su olor.
Las
cosas,
esas
pequeñas cosas,
capaces
de esparcir sobre la insulsa
sustancia
de la vida
su
deliciosa pizca de canela,
su
gota de ambrosía inestimable
su
pellizco de anís,
poco
a poco han ido desvistiéndose
de
brillo y ardedura ,
de
armonía, de gracia y de frescor.
Y
ahora...
¿dónde
hallarán los días indistintos
la
chispa necesaria que los salve
del
tedio y la rutina?
No
es porque ha pasado
el
tiempo de las mieses
con sus noches cuajadas de luciérnagas,
ni
porque ya no sienta la tersura
del
tacto de la hierba acharolada
por
la bendita la lluvia
por
lo que ya no canta el verderón.
Calla
porque que presiente
que
en este suma y sigue que conforma
la
cuenta de las pérdidas
hay
una más sutil e irrevocable.
Calla
porque ha olvidado
por
qué cantaba antes con tanta vehemencia.
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