Ya no
siento el dolor. La mordedura
de
hierro al rojo con que ha lastimado
con tan
devota saña mi costado
en
demasía dura.
En un
primer bocado
no
encontró la medida de su hartura
y
siguió duelo a duelo, sin mesura
hasta
dejarme el cuero anestesiado.
Hace
tiempo que todas las postillas
del
alma se cayeron y el murueco
de la
vida no me hace ni cosquillas.
Ahora
el desafío
es
dejar de sentir como en el hueco
que
ocupó el corazón crece el vacío.
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