Me
entristece mirar como esa piedra
que
domina el talud en soledad
no
guarda ni una gota de humedad
para el
vital verdor. Y ni la hiedra
sobrevive
pegada a su hosquedad.
Desconfío
su pose de estilita
sobre
su pedestal atrincherada
en su
austera virtud amojamada.
Si
pregona que nada necesita
más se
entiende que está necesitada.
De
tanta hipocresía me sonrojo.
El
rastro fósil muestra de algún diente
del
tiburón que fue. Huele el caliente
efluvio
ya olvidado tibio y rojo
y se
aprieta el cilicio fuertemente.
Y con
su sino trágico me apeno.
Pues
aunque alcance a ser la facetada
gema
brillante pura y admirada
nunca
sabrá del gozo ardiente y pleno
se ser
carne y medrar resucitada.
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