Ni
siquiera es baldía
esta
tierra en que vivo
Ya
no guarda en su vientre la memoria
de
la fertilidad
ni
echa de menos
el
cosquilleo galante de reivindicación
con
la que le anticipa
su
abuso inevitable la semilla.
No
es que no le queden más jugos que brindarles
a
los brotes que anhelan ser pimpollos floridos,
no
es que no recuerde
la
oración o el conjuro
para
pedir la lluvia,
es
que ya se ha rendido a la evidencia
del
hecho pertinaz y consumado:
hemos
dejado atrás los tiempos de bonanza
y
el futuro
solo
pinta un paisaje de seca austeridad
rayana
con el puro misticismo.
No
se puede vivir
anclados
a pretéritas quimeras,
gravitando
en el eje
de
la desesperanza,
y
habrá que aclimatarse.
Al
fin y al cabo no hay páramo tan ríspido
que,
agostado y agónico en la ardiente canícula
no
le sirva de hogar a algún lagarto
ni
avive los delirios sublimes de un asceta.
Y
es un sitio tan bueno como otro
para
enterrar los sueños descarnados
y
los huesos desnudos de los muertos.