sábado, 25 de julio de 2015

Sublimación



Ni siquiera es baldía
esta tierra en que vivo

Ya no guarda en su vientre la memoria
de la fertilidad
ni echa de menos
el cosquilleo galante de reivindicación
con la que le anticipa
su abuso inevitable la semilla.

No es que no le queden más jugos que brindarles
a los brotes que anhelan ser pimpollos floridos,
no es que no recuerde
la oración o el conjuro
para pedir la lluvia,
es que ya se ha rendido a la evidencia
del hecho pertinaz y consumado:
hemos dejado atrás los tiempos de bonanza
y el futuro
solo pinta un paisaje de seca austeridad
rayana con el puro misticismo.

No se puede vivir
anclados a pretéritas quimeras,
gravitando en el eje
de la desesperanza,
y habrá que aclimatarse.

Al fin y al cabo no hay páramo tan ríspido
que, agostado y agónico en la ardiente canícula
no le sirva de hogar a algún lagarto
ni avive los delirios sublimes de un asceta.

Y es un sitio tan bueno como otro
para enterrar los sueños descarnados
y los huesos desnudos de los muertos.