Hoy por
hoy solo puedo
darme
el lujo de ser observadora
de lo
que arde y no levanta llamas.
Habré
de conformarme
con
escribir de las lucubraciones
que me
inspira el liviano vuelo de las libélulas
y el
canto del jilguero .
De los
ecos que arranca
el
viento de las copas de los olmos,
de
cómo la luz logra
trasformar
los paisajes y define
el modo
en que sentimos,
vibrar
con compulsión enfebrecida
de
tristeza o de gozo
el alma
trasparente de las cosas.
Hablar
de todo y nada
y
viceversa.
Del
sexo de los ángeles...
Lo
demás, lo que urge
el
pulso
y nos
calcina
la piel
y nos
trastoca
el poco
seso sano que nos resta,
es algo
que se queda por temor
y
suicida prudencia guardado en el tintero.
Un
temblor que se muere
por
brotar de los labios.
Un
silencio que impregna
de un desasosiego plomizo las mañanas