viernes, 23 de septiembre de 2016

Un temblor




Hoy por hoy solo puedo
darme el lujo de ser observadora
de lo que arde y no levanta llamas.

Habré de conformarme
con escribir de las lucubraciones
que me inspira el liviano vuelo de las libélulas
y el canto del jilguero .

De los ecos que arranca
el viento de las copas de los olmos,
de cómo la luz logra
trasformar los paisajes y define
el modo en que sentimos,
vibrar con compulsión enfebrecida
de tristeza o de gozo
el alma trasparente de las cosas.


Hablar de todo y nada
y viceversa.

Del sexo de los ángeles...

Lo demás, lo que urge
el pulso
y nos calcina
la piel
y nos trastoca
el poco seso sano que nos resta,
es algo que se queda por temor
y suicida prudencia guardado en el tintero.

Un temblor que se muere
por brotar de los labios.

Un silencio que impregna
de un desasosiego  plomizo las mañanas