viernes, 4 de marzo de 2016

Tregua


Detente en tu diatriba,
de igual modo,
que prometo guardarme mis venablos.

Repara, mira,,
Ves?
Tú y yo
no somos tan distintos,
los dos somos esclavos de la lucha,
la dura, férrea lucha,
eterna lucha,
por defender las cosas sencillas y concretas,
 hermosas e importantes de la vida:
la tierra, la familia , los amigos,
la sonrisa, el amor,
 la lealtad
y sin embargo,
aquí estamos ahora,
mostrándonos los dientes, 
apretando los puños, afilando las uñas,
desollándonos vivos
por sostener conceptos que apenas comprendemos
dios, estado, fronteras...
y nombres rimbombantes acabados en ismo,
cuando a la postre todo se reduce 
a que nosotros
aportamos los miedos y las hambres,
   y la sangre y  la carne doloridas,
mientras otros se ponen las medallas
y se acaban llevando el capital.

Tú y yo no hemos nacido para ser 
enemigos acérrimos,
en otro tiempo, en otra circunstancia,
habríamos podido charlar junto a la lumbre,
cantar viejas canciones 
sentados en la arena de una playa olvidada,
alzar las copas juntos
brindar por un futuro cargado de promesas
y ver cómo amanece
el mismo Sol radiante para todos
y todos nos arrulla el mismo mar.


 Solo es cuestión de estar  atentos y dispuestos
y permitir que los oídos oigan
y que vean los ojos.

Y que sienta y entienda el corazón.

 Que se otorgue una tregua en su rumia fanática 
de irracionales odios heredados .

Entonces tú y yo
podríamos firmar un armisticio ecuánime,
sin  más,
sin pretender
el desquite por el agravio atávico
ni buscar vencedores ni vencidos.

Tú y yo
acaso descubramos que podemos
incluso ser amigos.

Y vivir largos días de ventura y de paz.