Una
música,
-antigua
y bien sabida-
llegando
desde lejos,
una
noche,
de
insultante belleza.
Un
deslumbrante cielo de verano
del
que a ratos pretenden escaparse
estrellas
diminutas,
un
turbador aroma a jazmines ,
el
leve gesto cómplice
de dos
adolescentes, que denota
que
están enamorados.
Un
calofrío interno...
Como
una cicatriz que se remueve
y
vuelve a molestar ante el atisbo
de
algún cambio de tiempo
así
se me rebulle ante el menor estímulo
cualquier
vieja emoción ,
que
creía olvidada y a recaudo
en mi
arrinconado y herrumbroso
baúl
de los recuerdos.
Todas
traen prendidos
las
sílabas de un nombre,
la
sombra de una imagen,
el eco
persuasivo
de una
voz,
de un
acento.
Será
que han sido tantos los detalles,
y
tantos los momentos compartidos
-más o
menos felices -
que
debo de tenerlo muy repleto
y
ansiando desbordarse.
Será
que siempre cierran
en
falso las heridas
del
amor...
Que no
importa
que un
corazón esté cosido a cicatrices,
seguro
que halla un hueco
indemne
que ofrecer al sacrificio
en aras
de apostar por la quimérica,
renacida
ilusión.
Total,
quién notará
en ese
mapa dolorido en Braille
que
es ya la memoria
que
haya una costura más o menos.
Solo la
brisa sabe
en las
noches preñadas de Luna y soledad
de su
estremecimiento.