Podría hablar
de la gracilidad de las libélulas,
cuando ensayan los pasos
de su etéreo ballet de junco en junco,
de cómo las envuelve en un halo de hechizo
ese rayo de Sol de media tarde
o de cómo se irisa
el agua del estanque al contemplarlas.
De cómo acaba alguna
en la lengua de un sapo.
Son cosas que suceden
a la vista de todos
sin que nadie las vea.
¿Pero a quién le interesan maravillas o dramas
que ocurran en silencio?
Hoy solo se oye el ruido
y el mundo está agotado
de pasear los ojos de hecatombe a hecatombe
y hasta a juicio final
si es que ya toca...
No queda quien escuche
la canción que celebre esos milagros mínimos
dde gentileza y dicha que aún nos quedan.
El resto solo es furia,
mejor es no airearla.
Conque ahogo mis gritos
en las simas oscuras de mi vientre.
Y me encierro en mí misma.
Y enmudezco.