Habitar un espacio saturado
de sombras y silencio, en el que crece
la soledad más íntegra y florece
aquel sosiego íntimo soñado.
Burbuja existencial, frugal estado,
que, al pasar de los días, más parece
cárcel, en que el espíritu perece
consumido de puro ensimismado.
Tratar de recordar esa primera
canción que te acunó, en cuyo acento
descubriste el amor que nos libera.
Y, consciente que no es ya su momento,
por tanta y tan perdida primavera,
cantarla, convertida en un lamento.