Con los ojos cerrados
podría recorrerme los senderos
que transitan mis pies habitualmente,
los convirtió en camino
el roce de mis pasos.
Y sin embargo veo crecer sobre sus márgenes
turgentes flores nuevas,
cuyo nombre
me es desconocido.
Para olvidarme un rato de mis miedos
puedo cantarme aún la misma nana antigua
que me acunó en mi infancia
y en el mismo idioma
que me enseñó mi madre.
Pero a mi alrededor escucho voces
entronizando ideas que no entiendo
y me hacen sentirme una extranjera
cercada fatalmente por el ruido.
Sobre el mantel
la mano, la tibieza, la piedad
del piel a piel, que tiene la virtud
de ahuyentar soledades,
si los dedos quisiesen,
si no pesase en ellos tanta duda,
y tanta frustración acumulada.
La tierra, la palabra,la querencia...
la cercanía del calor humano
siguen ahí.
Soy yo,
debo ser yo,
la que del mundo
ha tomado distancia.
A pesar de quedarme,
a mi pesar,
soy yo la que se ha ido.
Este exilio interior-nadie lo dude-
castra y aísla .
Y es el que más duele.