Qué soledad que reina en los andenes
en mitad de la noche, cuánto frío
te recala al sentir ese extravío
de no discernir ya si vas o vienes.
No sé si lo han causado los vaivenes
del viaje mareante o el hastío
de estar anclada aquí, en un desvío,
a la espera del cruce entre dos trenes.
Y de repente, acaso a la deriva,
desde otro vagón, brota el destello
de una mirada ajena comprensiva
Por un instante, alcanza en su rareza
el gesto, que aunque breve, ha sido bello,
a aligerar un poco la tristeza.