Es por
comodidad que me desvisto
de
cualesquier ropajes,
siempre
pesa
sobre
la piel la mínima impostura
de un
barniz, que nos preste lo radiante
que el
protocolario shwo mundano
a
diario nos demanda.
No
preciso
nada
con qué cubrirme en este predio
de
sombras en que habito por mi gusto.
Ni
siquiera echo en falta
otro
calor,
me
basta con sentir
la
suavidad con que me abriga el nido
el
protector silencio.
No
llegan hasta aquí
los
insufribles ruidos de un mundo demenciado,
hasta
se acalla incluso
el
runrún a carcoma del perenne
dolor
existencial.
Se
podría decir
que,
inesperadamente,
encerrada
en mí misma,
absorta
en definir bien los matices
de mi
recogimiento,
acabo
de encontrar lo más cercano
a una
especie de utópico,
improbable
y
ansiado paraíso.
*****
Luego,
a la
fuerza,
acabas
por saberlo:
Es ese
punto álgido de soledad y hervores
que
alcanzan los desiertos más inanes
el
caldo de cultivo en donde brotan
por
doquier espejismos.
La
tentación más vieja
de todo
ser humano que abraza su destierro
es
tratar de aferrarse
a la
hora feliz,
no
decidirse
a
aceptar que el confort que te agasaja
te
deposita en los brazos de la inopia.
La
asepsia, tan estéril
- dale
tiempo-
acaba
siendo tu mayor peligro.
Tu
enemigo es inmune
a todas
tus reservas, te conoce,
vive
dentro de ti.
¿De
quién, si no,
es la
voz pertinaz que te persigue
escupiendo
verdades como ascuas?
Que la
vida real es lo que ocurre
cuando
debes soñar y despertarte,
creer,
desesperar,
reír y
padecer a la intemperie.
Y que
esa evidencia indiscutible
que
nace de tus tripas
no
tienes más remedio que asumirla
como
tuya.
Y,
pariéndola,
por
mucho que te duela y te atormente
a
gritos pregonarla.