sábado, 30 de marzo de 2024

Privilegio mínimo




Ser el árbol caído

del que nadie hace leña

y se pudre en el barro,

sin más duelo

ni más pena ni gloria

su corteza.


Al tiempo que su pulpa

recobra poco a poco la memoria

de su ser mineral,

esa materia

final e inalterable,

encadenada al rito universal

de la eterna mudanza.


Cómo se regocija cuando nota,

cómo la vida pide con pujanza

urgentemente paso

y ahora sirve

-qué privilegio mínimo-

de alimento a las setas.


Puntualmente

 


Hasta aquí llega el aire, no han podido

los muros interiores- con su anchura-

impedir que se cuele con premura

para aliviar mi pecho dolorido.


Y con él, el impulso de la pura

vocación de ser voz de acento ardido

que, aunque le ha puesto empeño, no ha sabido

ahogarla la aridez de la clausura.


Qué bendición, que, tal como se espera,

regreses puntualmente, primavera,

a despertarnos viejas sensaciones.


Y a recordarle al corazón cansado

que se debe al latido, que has llegado

para inspirarle inéditas canciones.

Recogi- miento




Es por comodidad que me desvisto

de cualesquier ropajes,

siempre pesa

sobre la piel la mínima impostura

de un barniz, que nos preste lo radiante

que el protocolario shwo mundano

a diario nos demanda.


No preciso

nada con qué cubrirme en este predio

de sombras en que habito por mi gusto.


Ni siquiera echo en falta

otro calor,

me basta con sentir

la suavidad con que me abriga el nido

el protector silencio.


No llegan hasta aquí

los insufribles ruidos de un mundo demenciado,

hasta se acalla incluso

el runrún a carcoma del perenne

dolor existencial.


Se podría decir

que, inesperadamente,

encerrada en mí misma,

absorta en definir bien los matices

de mi recogimiento,

acabo de encontrar lo más cercano

a una especie de utópico,

improbable

y ansiado paraíso.


*****

Luego,

a la fuerza,

acabas por saberlo:

Es ese punto álgido de soledad y hervores

que alcanzan los desiertos más inanes

el caldo de cultivo en donde brotan

por doquier espejismos.


La tentación más vieja

de todo ser humano que abraza su destierro

es tratar de aferrarse

a la hora feliz,

no decidirse

a aceptar que el confort que te agasaja

te deposita en los brazos de la inopia.


La asepsia, tan estéril

- dale tiempo-

acaba siendo tu mayor peligro.

Tu enemigo es inmune

a todas tus reservas, te conoce,

vive dentro de ti.


¿De quién, si no,

es la voz pertinaz que te persigue

escupiendo verdades como ascuas?


Que la vida real es lo que ocurre

cuando debes soñar y despertarte,

creer,

desesperar,

reír y padecer a la intemperie.


Y que esa evidencia indiscutible

que nace de tus tripas

no tienes más remedio que asumirla

como tuya.


Y, pariéndola,

por mucho que te duela y te atormente

a gritos pregonarla.