Un desierto de sal, donde no brota
ni una mala sonrisa y la sequía
emocional es una garantía
de que de humor no quede ni una gota.
En semejante erial en bancarrota,
para apostar aún por la utopía
de un improbable oasis de alegría,
es que hace falta ser bastante idiota.
O tener ese punto de incordura
que se aferra a lo único sensato
e intenta mantenerte a salvo a ultranza.
Es volver la aridez literatura,
el modo de seguir mi instinto nato
de mantener con vida la esperanza.
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