que no debo sentir.
Que no es nada sensato
deleitarme con tanta insinuación
como me ofrece el Sol y su caricia
sobre mi piel, el aria
que me regala el pájaro,
el frescor de la hierba,
la flor, la nube, el río...
De dejarme llevar por el placer
de un oído que arde
si está junto a una boca,
bebiendo las palabras que destilan
unos labios ardientes.
De poder entregarme
un instante al recreo.
De soñar la locura
de esos cielos azules,
sin más sombra que un ala en libertad
que vuela tras la estela
gozosa de otra ala.
Siento
que no debo sentir
y dejar que se incruste la ilusión tan adentro,
allí donde arrancarla
es imposible.
Y duele.
Siento
lo que debo sentir,
la desazón de huesos y el olor a esa lluvia
que suele malograr los espejismos.