Me
aficioné al olor que desprendía,
a canela con clavo y aguardiente,
las tardes de un verano incandescente
al fundirse tu piel sobre la mía.
Me estoy acostumbrando todavía
al insidioso rastro impenitente
que deja la rutina en el ambiente
a flores muertas y a melancolía.
De lo que aún no logro hacer costumbre
es del efluvio, pálido y silente,
que al aire y a la luz vuelve orfandad.
Me corroe por dentro como alumbre
este letal, impío, omnipresente,
acostumbrado aroma a soledad.
a canela con clavo y aguardiente,
las tardes de un verano incandescente
al fundirse tu piel sobre la mía.
Me estoy acostumbrando todavía
al insidioso rastro impenitente
que deja la rutina en el ambiente
a flores muertas y a melancolía.
De lo que aún no logro hacer costumbre
es del efluvio, pálido y silente,
que al aire y a la luz vuelve orfandad.
Me corroe por dentro como alumbre
este letal, impío, omnipresente,
acostumbrado aroma a soledad.