Qué
dichoso fue Homero
que
escribió la epopeya que debió, por la fuerza,
vivir y sufrir otro.
Hay
días que amanecen para nada...
Para
volver de nuevo a la rutina
del
paso sobre el paso,
de la
senda trillada por la senda,
que
nunca nos conduce
a la
felicidad.
Para
enristrar con tedio sobre sus coyunturas
largas
horas vacías de sentido,
en que
insistir en la liturgia infame
de la
sonrisa hueca que maquilla
el
gesto de cansancio ,
el
rictus de dolor.
Hay
tardes de crepúsculos sin magia
que ni
siquiera son un grito cárdeno,
con que
clamar, pidiendo al cielo cuentas
de su
indefinición.
Hay
noches hoscas
que
hacen gala de un cielo trajeado
de luto riguroso,
de luto riguroso,
en donde se diría que se han puesto
de
huelga las estrellas
y se niega la Luna
a
prestarnos su luz para soñar,
Hay
semanas, hay meses...
...hay años , hay decenios
...hay años , hay decenios
que
pasan sin dejar rastros al uso,
muescas
que necesiten redención
sobre
tu alma oscura ,
apenas
se concretan en un brillo
de
tristeza animal,
desencantado,
celando
la mirada y dejando en la boca
un poso
de amargor.
Hay
siglos que no estamos para más
hazañas
que las justas.
Y es entonces,
cabalmente
es entonces,
cuando
la vida exige con apremio
que el
corazón se infecte con la larva
de la
codicia por llegar a ser
el
dueño de un latido capaz de imaginarse
canción
incorruptible.
Que
luego la glosemos,
tal
cual,
tragicomedia
de nuestra condición,
de nuestra condición,
que
escribamos a pulso, ignorando la náusea,
con
nuestro propio vómito si es que fuera preciso,
nuestra
particular,
absurda,
resignada,
patética
odisea.
El paso
tras el paso,
sobre
el polvo se imprimen las rutas del olvido.
Esas
predestinadas
a
seguir por caminos circulares
tras
las huellas confusas que conducen a Ítaca.
Sabiendo
a ciencia cierta
que
ese lugar no existe
Y que ,
además, no importa...
Pues, de
estar en los mapas de los rumbos vitales,
tú
nunca has de llegar.
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